Y es que todo el mundo mata lo que ama. El cobarde con un beso, el valiente con una espada.

jueves, 26 de agosto de 2010

Gott ist tot

Cuando habitas una ciudad en donde no existe la libertad de pensamiento, justo donde han instalado sistemas de vigilancia en cada parte de tu cuerpo; la historia se acaba porque la gente ya no se mueve, es como una fotografía en donde no hay nada antes ni después de ella.

El tiempo pasa sin dejar huella mientras estás sentado en una banca mirando una fuente que te hace sentir más viejo de lo que realmente eres.

Alguien corre al otro lado del mundo para olvidarse sólo un rato de nosotros.

Tú te sientas frente a la fuente, fumas un cigarrillo y bebes café frío para aliviar un poco la tortura de la espera. Pasas las noches de largo, los días cada vez son más grises y los abrazos dejaron de saber darse hace ya un par de horas.

Cuando matas todo a lo que has dedicado un largo año de tu vida, es como escupir pa’riba.

Pronto la historia dejará de avanzar y comenzarán a surgir una serie de hechos azarosos… completamente aislados unos de otros.

Y de pronto… ya nada tendrá sentido.

Recordé que te dije el otro día que tenía el presentimiento de que alguien moriría. La verdad es que lo pensé sólo porque durante toda esa semana vi mariposas negras en las paredes de todos los edificios a los que entraba. Imaginé que un día de estos una se posaría en el parabrisas de mi auto y me impediría por completo ver el camino, llevándome justamente al final que había predicho.

Camina como si fuera lo último que hagas.

La distancia nos hará recobrar aquello que perdimos en medio de grandes ríos de aquellas mariposas, y TODOVOLVERÁASERCOMOANTES.

Irónicamente, días después recibí una postal que precisamente hablaba de aquellos animales.

martes, 17 de agosto de 2010

IN-COM-PLETE


Sólo queda un Advil.

Mira la pequeña pastilla despidiéndose de ella.

La pone en su boca,

saborea su dulce cobertura

de LUNETA y traga.




Todo es como un video mal editado, la historia está

IN-COM-PLE-TA

domingo, 15 de agosto de 2010

The path to home is long and winding

¿Te acuerdas de aquellos días en los que solíamos sentarnos frente al televisor a reír por horas?

¿De cuando me tomabas de la mano y me enseñabas todo lo que sabías? Mirabas hacia arriba y hablabas por días, yo, sólo escuchaba.

¿Recuerdas esos días en los que lo único que importaba era llegar a casa, pedir una pizza y sentarnos en el sillón a jugar cartas, domino, ajedrez…? Sigo sin entender ese estúpido juego…

Cuando empujabas el acelerador lo más que podías y cantabas al ritmo del cambio de velocidades. Siempre quise aprender las canciones; la última vez que escuché una, los recuerdos se me hicieron nudos en la garganta.

Recuerdo que tuve la misma sensación después de ir a aquel museo en donde el único que entendía lo que pasaba eras tú y aquella mujer gorda que nos mostró el cadáver de ese hombre que tuvo la fortuna de acabar exhibiendo sus vísceras ante miles de universitarios, y unos cuantos morbosos. Después dijiste que querías comer tacos de carnitas.

Cada vez que pienso en ese día que me llevaste a comer a aquella cafetería, cuyo nombre siempre recuerdo con algo de nostalgia, voy al lugar, y a pesar de que sé que ya no existe, me siento por horas a observar a la gente pasar, imaginando que estamos sentados detrás de ese cristal ya hecho añicos.

Todavía recuerdo aquellos primeros tenis rosas que me compraste. Corría de un lado al otro del pasillo, mostrándote la velocidad con la que me hacían correr.

Cuando escribí el primer ensayo del que me sentí orgullosa y decidí pararme frente a ti a leerlo y dijiste que no te gustaba. ¿Todavía lo recuerdas? Me tomó varias horas decidirme a quemar el escrito y reescribirlo sin ninguna modificación; todo a mano.

Lo hice recordando aquella primera vez que me caí de la bicicleta porque un perro se atravesó en mi camino. Me quedé en el piso llorando por horas y cuando decidí levantarme, besaste mi frente y revolviste mi cabello.

Hazlo de nuevo. Dijiste. Y me enseñaste a nunca darme por vencida.

lunes, 9 de agosto de 2010

Why do other families go to disneyland and ours not!?



A los recién llegados.


Anoche escuché los ladridos de los perros,

en lugares que no debía escucharlos.

¿Eras tú quien ladraba de forma tan desesperada?



Pensé en aquellos sueños que se desvanecieron poco a poco a lo largo de los años.


Miré a aquella chica,

sus mejillas sonrosadas, su sonrisa;

toda ella tan entusiasmada

con todo por decir

y nada por hacer.


Como un perro callejero que entra a la casa.


Me miraba a mí misma,

años atrás

cuando los sueños tenían una textura.

Se podían tocar.


“No niño, no sabes lo que dices…”



Los ladridos de los perros no cesaron en toda la noche.

La mañana siguiente descubrí

que odiabas a los animales.

No tenías mascotas, ni vecinos…


…ni animales que tuvieran vecinos como mascotas.

jueves, 5 de agosto de 2010

...located above the zygomatic arch, just in front of the ears

Estábamos atrapados en ambas ciudades, no teníamos una nacionalidad, ni un nombre; ni siquiera una clave.

Nunca supe si existíamos en realidad. Para nadie nacimos. Éramos personajes sin fecha, ni domicilio, sin número de calzado.

Cuando me dedicaba a jugar en el lodo con otros niños, siempre fui la única que no dejaba una huella con el pie, o la mano sobre la tierra. Si algún día la fama me descubre, no habrá para mí un lugar en donde las estrellas de cine inmortalizan las huellas de sus manos.

Carezco de huellas digitales.

¿Recuerdas el día en que nacimos?

En el mundo donde las imágenes y los sonidos, han nacido varios siglos antes que las palabras: todosomosiguales.

En aquellas ciudades, la vida carece de imagen y sonido. Nada tiene el privilegio de ser dicho; aquello se interpreta, se escribe, se cuenta con las manos sin huellas, ni dedos.

Un hombre mete la mano por la ventanilla, recarga la 9mm que lleva consigo, en mi sien.

[No apagues el auto.]

Cinco tipos se suben al auto y el hombre que me apuntaba a la sien, ahora me apunta a la nuca, desde el asiento trasero.

Su mano tiembla al mismo ritmo que las gotas de sudor resbalan por mi frente.

Estoy colgando de las manos de un PUTODROGADICTO, mientras cinco cabrones escupen insultos e instrucciones que he dejado de comprender.

¿Recuerdas el día en que nacimos?


No tenemos número de seguro social, ni de celular.