Y es que todo el mundo mata lo que ama. El cobarde con un beso, el valiente con una espada.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Imaginé lo triste que estaría ella a un minuto de su muerte


Perdió más de cinco kilos en una semana después de la noticia, se salió de sus clases de ballet.

No asistió a la escuela nunca más y no salía de su casa más que para ir al panteón a dejar gardenias en su tumba todos los días a las cinco de la tarde.

Dejó de ir a fiestas, reuniones y comidas familiares, de tomar café con sus amigas todos los jueves a medio día.

Su cabello creció hasta que comenzó a caérsele. Se comió las uñas hasta que sólo le quedó la carne de los dedos.

Dejó de alimentar a los peces. Murieron uno por uno, y un atole verde se formó en la pecera.

Un día se levantó y notó que el sol se colaba por la pequeña ventana sin cortina, de la habitación. Recordó que él llevaba años muerto.

Sus amigos habían acabado cada uno de estudiar la universidad, trabajaban y muchos de ellos ya hasta tenían hijos.

Su madre y su padre llevaban años internados en un asilo. Ella aún usaba la misma ropa que llevaba cuando recibió la llamada a las tres de la mañana.

Se había convertido en un esqueleto sin uñas, de cabellos largos y escasos.

Ese día, todo se congeló en el tiempo. El agua dejó de correr en las alcantarillas y las ratas se ahogaron.

Recordó lo feliz que había sido a su lado, dejó de respirar, y estalló la tercera guerra mundial.

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