Y es que todo el mundo mata lo que ama. El cobarde con un beso, el valiente con una espada.

domingo, 15 de agosto de 2010

The path to home is long and winding

¿Te acuerdas de aquellos días en los que solíamos sentarnos frente al televisor a reír por horas?

¿De cuando me tomabas de la mano y me enseñabas todo lo que sabías? Mirabas hacia arriba y hablabas por días, yo, sólo escuchaba.

¿Recuerdas esos días en los que lo único que importaba era llegar a casa, pedir una pizza y sentarnos en el sillón a jugar cartas, domino, ajedrez…? Sigo sin entender ese estúpido juego…

Cuando empujabas el acelerador lo más que podías y cantabas al ritmo del cambio de velocidades. Siempre quise aprender las canciones; la última vez que escuché una, los recuerdos se me hicieron nudos en la garganta.

Recuerdo que tuve la misma sensación después de ir a aquel museo en donde el único que entendía lo que pasaba eras tú y aquella mujer gorda que nos mostró el cadáver de ese hombre que tuvo la fortuna de acabar exhibiendo sus vísceras ante miles de universitarios, y unos cuantos morbosos. Después dijiste que querías comer tacos de carnitas.

Cada vez que pienso en ese día que me llevaste a comer a aquella cafetería, cuyo nombre siempre recuerdo con algo de nostalgia, voy al lugar, y a pesar de que sé que ya no existe, me siento por horas a observar a la gente pasar, imaginando que estamos sentados detrás de ese cristal ya hecho añicos.

Todavía recuerdo aquellos primeros tenis rosas que me compraste. Corría de un lado al otro del pasillo, mostrándote la velocidad con la que me hacían correr.

Cuando escribí el primer ensayo del que me sentí orgullosa y decidí pararme frente a ti a leerlo y dijiste que no te gustaba. ¿Todavía lo recuerdas? Me tomó varias horas decidirme a quemar el escrito y reescribirlo sin ninguna modificación; todo a mano.

Lo hice recordando aquella primera vez que me caí de la bicicleta porque un perro se atravesó en mi camino. Me quedé en el piso llorando por horas y cuando decidí levantarme, besaste mi frente y revolviste mi cabello.

Hazlo de nuevo. Dijiste. Y me enseñaste a nunca darme por vencida.

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